Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCh)

Camila Silva Salinas: Doctora en Historia, Universidad de Santiago de Chile. Profesora de Historia y Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Católica de Chile. Diplomada en Estética, Feminismo y Crítica, Instituto de Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Ciudad: Santiago
Productor: movi­mien­to de muje­res de Chile
Personas Vinculadas: Elena Caffarena, Flora Heredia, Graciela Mandujano, María Marchant, Aída Parada, Olga Poblete, María Ramírez, Eulogia Román, Felisa Vergara, Marta Vergara, Clara Williams, entre otras.
Ubicación: Fondos Correspondencia MEMCh, Elena Caffarena y Olga Poblete, Archivo Mujeres y Géneros; Biblioteca Nacional de Chile.
País: Chile

“Por el grado de eman­ci­pa­ción de la mujer se mide como en un ter­mó­me­tro, el grado de eman­ci­pa­ción de los pue­blos”

La Mujer Nueva (Santiago) noviem­bre de 1936

“Lucharemos con­tra el Fascismo, por­que tien­de a pri­var a la mujer de sus más ele­men­ta­les dere­chos adqui­ri­dos, con­si­de­rán­do­la sola­men­te apta para desem­pe­ñar las ocu­pa­cio­nes domés­ti­cas. Y con­tra la Guerra por ser una cruel­dad inhu­ma­na y que sirve tan sólo para pro­te­ger los intere­ses comer­cia­les” 

Programa del MEMCh, 1936

El Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile fue una orga­ni­za­ción polí­ti­ca y social fun­da­da el 11 de abril de 1935 por un grupo de muje­res de diver­sas cla­ses socia­les, ofi­cios, mili­tan­cias y eda­des que “uni­das por una volun­tad demo­crá­ti­ca amplia” (Antología MEMCh, 1982, 3), se pro­pu­sie­ron tra­ba­jar en favor de los dere­chos de las muje­res y la niñez, y con­tra la gue­rra y el fas­cis­mo. Activado por la perio­dis­ta Marta Vergara, dele­ga­da chi­le­na en la Comisión de Derechos de la Mujer de la Liga de las Naciones en 1934, y la abo­ga­da Elena Caffarena ‑una de las cua­tro pri­me­ras muje­res en incor­po­rar­se a la Federación de Estudiantes de Chile (FECH)-, el MEMCh fue, en pala­bras de sus diri­gen­tas, “el pri­mer movi­mien­to feme­nino orga­ni­za­do mili­tan­te, con per­ma­nen­cia y con­ti­nui­dad en el tiem­po” (Antología MEMCh, 1982, 2). Su crea­ción se ins­cri­be en un con­tex­to nacio­nal mar­ca­do por la per­sis­ten­cia de la cri­sis social y la ines­ta­bi­li­dad polí­ti­ca de la déca­da de 1930, el recru­de­ci­mien­to de la repre­sión al movi­mien­to obre­ro duran­te la dic­ta­du­ra de Carlos Ibáñez y la emer­gen­cia del fas­cis­mo a nivel glo­bal; pero tam­bién, a la acu­mu­la­ción his­tó­ri­ca deri­va­da de las luchas eman­ci­pa­to­rias del movi­mien­to popu­lar y del femi­nis­mo pan­ame­ri­cano. El MEMCh fue, en defi­ni­ti­va, “la más impor­tan­te orga­ni­za­ción femi­nis­ta de la his­to­ria chi­le­na” (Illanes, 2012, 30).

Desde su crea­ción, el obje­ti­vo del MEMCh fue lograr la eman­ci­pa­ción polí­ti­ca, social, eco­nó­mi­ca y cul­tu­ral debía ser pro­ta­go­ni­za­da por las pro­pias muje­res, es decir, sin supe­di­tar­se a otras luchas socia­les ni ape­lan­do a la pro­tec­ción de otros agen­tes. Esta afir­ma­ción igua­li­ta­ria sería el fun­da­men­to de una “jus­ti­cia abso­lu­ta” que per­mi­tie­ra resar­cir las inequi­da­des estruc­tu­ra­les que aque­ja­ban a las muje­res. Su Programa de 1936 esta­ble­ció que la libe­ra­ción inte­gral de la mujer reque­ría el reco­no­ci­mien­to de los dere­chos polí­ti­cos y la amplia­ción de los dere­chos civi­les de las muje­res, inclu­yen­do el divor­cio y la regu­la­ción en favor de los niños (eman­ci­pa­ción jurí­di­ca); la igual­dad de sala­rios y el mejo­ra­mien­to de las con­di­cio­nes de vida (eman­ci­pa­ción social) y la libe­ra­ción de la “mater­ni­dad obli­ga­da” median­te edu­ca­ción sexual, anti­con­cep­ti­vos y regu­la­ción del abor­to (eman­ci­pa­ción bio­ló­gi­ca). Además, esta­ble­ció la nece­si­dad de luchar “con­tra los dos mayo­res enemi­gos de la mujer y de la Humanidad: el Fascismo y la Guerra” (MEMCh, 1936, 1). Su pri­mer Congreso, rea­li­za­do en 1937, contó con la par­ti­ci­pa­ción de 50 dele­ga­das, quie­nes esta­ble­cie­ron como ejes pro­gra­má­ti­cos la pro­tec­ción de la madre y la defen­sa de la niñez, el mejo­ra­mien­to del nivel de vida de las tra­ba­ja­do­ras, el reco­no­ci­mien­to de sus dere­chos polí­ti­cos, y la pro­mo­ción de la edu­ca­ción y la paz (Conclusiones del Primer Congreso Nacional del MEMCh, 1938). Tres años más tarde, el II Congreso reu­nió a un cen­te­nar de dele­ga­das (Antezana-Pernet, 1997).

Podemos com­pren­der la crea­ción del MEMCh como resul­ta­do de la arti­cu­la­ción de, al menos, tres tra­di­cio­nes eman­ci­pa­to­rias. En pri­mer lugar, el MEMCh reco­gió el hori­zon­te de lucha de las nume­ro­sas orga­ni­za­cio­nes de obre­ras y arte­sa­nas que fun­da­ron sin­di­ca­tos, socie­da­des en resis­ten­cia, mutua­li­da­des y perió­di­cos, y que se refi­rie­ron a la “eman­ci­pa­ción de la mujer” al menos desde la déca­da de 1870, here­dan­do a las futu­ras gene­ra­cio­nes femi­nis­tas sabe­res orga­ni­za­ti­vos de gran valía. Esto tam­bién inclu­yó la pre­sen­cia de deman­das en favor de la con­di­ción de las muje­res en los prin­ci­pa­les par­ti­dos polí­ti­cos de izquier­da, así como la crea­ción de orga­ni­za­cio­nes pro­pias. En segun­do tér­mino, com­pa­re­ce la tra­di­ción de las orga­ni­za­cio­nes de muje­res de ori­gen oli­gár­qui­co o meso­crá­ti­co fun­da­das desde ini­cios del siglo XX, como el Club de Señoras, los Círculos de Lectura, el Consejo Nacional de Mujeres o el Partido Demócrata Femenino (Gaviola, Jiles y Lopestri, 1986), que deman­da­ron la amplia­ción de los dere­chos de las muje­res sin cues­tio­nar radi­cal­men­te el lugar ocu­pa­do por ellas en la socie­dad ni reco­no­cer­se como femi­nis­tas, lo que las habría lle­va­do a actuar con “extre­ma­da cau­te­la” (Kirkwood, 1986). No obs­tan­te, esta acu­mu­la­ción his­tó­ri­ca alla­nó el camino a la lucha por los dere­chos polí­ti­cos de las muje­res, des­ta­can­do la crea­ción del Partido Cívico Femenino (1922) y el Comité Pro Derechos Civiles de la Mujer (1933), orga­ni­za­cio­nes en las que par­ti­ci­pa­ron Graciela Mandujano, Felisa Vergara o Flora Heredia, que luego se incor­po­ra­rán al MEMCh. El ter­cer hori­zon­te de lucha con el que se arti­cu­ló el MEMCh fue el movi­mien­to anti­fas­cis­ta de la déca­da de 1930, en tanto fenó­meno de masas basa­do en una sen­si­bi­li­dad polí­ti­ca con­tra­ria al fas­cis­mo, que si bien se apoyó en la polí­ti­ca de alian­za defi­ni­da por el comu­nis­mo inter­na­cio­nal, no es reduc­ti­ble a ella (Traverso, 2003; Groppo, 2007). El ascen­so del fas­cis­mo resul­tó espe­cial­men­te preo­cu­pan­te para las muje­res, cuyos aún res­trin­gi­dos logros en mate­ria de dere­chos se vie­ron ame­na­za­dos por la aso­na­da con­ser­va­do­ra, tenien­do expre­sión en orga­ni­za­cio­nes trans­na­cio­na­les tales como el Socorro Rojo y la Mujeres con­tra la Guerra y el Fascismo, con las que el MEMCh cola­bo­ró acti­va­men­te (Ginard i Ferón, 2015; Melo, 2020; Olivares-Olivares, 2020). De esta mane­ra, el MEMCh no sólo here­dó apren­di­za­jes polí­ti­cos desa­rro­lla­dos en las déca­das pre­vias de lucha popu­lar, sino que tam­bién se enfren­tó a los desa­fíos coyun­tu­ra­les más urgen­tes de su tiem­po his­tó­ri­co. Su carác­ter arti­cu­la­dor se sus­ten­tó en un varia­do reper­to­rio de for­mas de acción polí­ti­ca, que inclu­yó, por un lado, prác­ti­cas que trans­gre­die­ron los lími­tes con­ser­va­do­res del espa­cio públi­co, uti­li­za­ron sus redes afec­ti­vas para la amplia­ción de su prác­ti­ca y su dis­cur­so,  y cons­tru­ye­ron  espa­cios de enun­cia­ción para las muje­res:  míti­nes, mar­chas, con­cen­tra­cio­nes polí­ti­cas en calles y tea­tros, el dise­ño y uso de obje­tos como car­nets de afi­lia­das, estan­dar­tes, ban­de­ras, bra­za­le­tes, insig­nias o pan­car­tas, un himno pro­pio (La Mujer Nueva, 18, nov. 1937), el perió­di­co “La Mujer Nueva” y las Ediciones MEMCh fue­ron for­mas de expre­sión polí­ti­ca femi­nis­ta, aún antes de que las muje­res chi­le­nas obt­vie­ran el dere­cho a sufra­gar. 

El MEMCh reali­zó una exten­sa cons­truc­ción de nue­vos espa­cios de enun­cia­ción polí­ti­ca en favor de la eman­ci­pa­ción de las muje­res, en el que fue cru­cial el tra­ba­jo de los más de 60 comi­tés loca­les a lo largo de Chile (Antezana-Pernet, 1995; Barrenechea et.al, 2020). Estos comi­tés, que fun­cio­na­ban en loca­les pro­pios o pres­ta­dos, rea­li­za­ron con­fe­ren­cias, con­sul­to­rios jurí­di­cos, cur­sos y escue­las noc­tur­nas para alfa­be­ti­zar y favo­re­cer la cir­cu­la­ción de cono­ci­mien­tos jurí­di­cos, socia­les y sani­ta­rios entre muje­res, aun­que tam­bién se exten­die­ron hacia la niñez. Respecto al pro­ble­ma habi­ta­cio­nal, a raíz del des­alo­jo de un cen­te­nar de muje­res y niños de un con­ven­ti­llo en Providencia, las mem­chis­tas de Santiago cola­bo­ra­ron en la for­ma­ción de un una coope­ra­ti­va de vivien­da que deri­vó en la crea­ción de la Población MEMCh y una escue­la públi­ca en la anti­gua comu­na de Barrancas (actual Cerro Navia), que aún exis­ten (Parra Lavín, 2019). Esta amplia­ción tam­bién operó a nivel geo­grá­fi­co, des­ta­can­do las giras al norte y sur enca­be­za­das por Eulogia Román y María Ramírez, muje­res de rai­gam­bre popu­lar que, hacien­do pro­pia una prác­ti­ca orgá­ni­ca con amplia tra­di­ción en el movi­mien­to popu­lar chi­leno, acu­die­ron a loca­li­da­des remo­tas para esta­ble­cer víncu­lo direc­to entre las pro­vin­cias y el Comité Ejecutivo Nacional, for­man­do nuevo comi­tés o resol­vien­do pro­ble­mas que se habían sus­ci­ta­do en ellos (Antezana-Pernet, 1995). Además, se debe men­cio­nar la rea­li­za­ción de cam­pa­ñas temá­ti­cas en favor de cau­sas como la defen­sa de la niñez espa­ño­la y la libe­ra­ción de pre­sos polí­ti­cos en España y Francia; la equi­pa­ra­ción del sala­rio de hom­bres y muje­res, el desa­yuno esco­lar, la edu­ca­ción sexual, la lucha con­tra el alcoho­lis­mo o la cares­tía, o la ayuda a dam­ni­fi­ca­dos por terre­mo­tos y tra­ge­dias.

Entre 1935 y 1953, año de su diso­lu­ción, el MEMCh man­tu­vo rela­cio­nes de cola­bo­ra­ción con los par­ti­dos Comunista, Socialista y Radical (Antezana-Pernet, 1997; Rosemblatt, 2000), e inclu­so, recien­te­men­te, se ha suge­ri­do su víncu­lo con el anar­quis­mo (Núñez, 2024). También man­tu­vie­ron rela­cio­nes diver­sas agru­pa­cio­nes, como la Unión de Profesores de Chile y la Sociedad de Escuelas Normales; la Federación Obrera de Chile (FOCH),  la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh) y la Federación Textil; la Federación Femenina Metodista y la Asociación Cristiana Femenina; el Instituto de Cultura Obrera, Centros de Cultura Popular, Sindicatos de Oficios Varios, la Federación Femenina Ferroviaria y el Congreso Mapuche, entre otras (Memch, 1982; Antezana-Pernet, 1997; Illanes, 2021, 46; Olivares, 2020). Esta ampli­tud se asen­tó en su defi­ni­ción de man­te­ner auto­no­mía res­pec­to a los par­ti­dos polí­ti­cos, que llevó a que fuese una orga­ni­za­ción con­for­ma­da por muje­res de diver­sas mili­tan­cias o sin ella; así como en la exis­ten­cia de una polí­ti­ca de alian­zas amplias duran­te el con­tex­to de entre­gue­rras. 

A nivel de alian­zas inter­na­cio­na­les, es nece­sa­rio des­ta­car el tem­prano posi­cio­na­mien­to del MEMCh con­tra la gue­rra y el fas­cis­mo, que las llevó a vin­cu­lar­se con la Asociación de Mujeres Antifascistas de España, la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, la Comisión Interamericana de Mujeres, el Comité Mundial con­tra la Guerra y el Fascismo y el Socorro Rojo Internacional duran­te la déca­da de 1930; así como con la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, la Federación Democrática Internacional de Mujeres ((WILPF y WIDF, res­pec­ti­va­men­te, por sus siglas en inglés) y el Comité de Partidarios por la Paz duran­te los años 1940 y 1950 (MEMCh, 1982; Poblete, 1990; Lanfranco, 2019). Además, dele­ga­das del MEMCh par­ti­ci­pa­ron en la Conferencia Internacional de Ginebra y la Conferencia Panamericana del Trabajo rea­li­za­das en Chile en 1936, la Conferencia Popular por la Paz de América (Buenos Aires, 1936) y  en la Comisión Interamericana de Mujeres. 

En suma, el MEMCh puede ser com­pren­di­do como un arte­fac­to polí­ti­co que arti­cu­ló las luchas eman­ci­pa­to­rias de los siglos XX y XXI al menos en dos sen­ti­dos. Primero, al ser una suer­te de puen­te his­tó­ri­co que vin­cu­ló movi­mien­tos, orga­ni­za­cio­nes y gene­ra­cio­nes de mili­tan­tes en el vér­ti­ce his­tó­ri­co de la déca­da de 1930, arti­cu­lan­do el pasa­do y el futu­ro de las luchas por la eman­ci­pa­ción de las muje­res y en favor de la paz. Segundo, al ser capaz de enfren­tar los mayo­res desa­fíos de su pro­pia coyun­tu­ra his­tó­ri­ca ‑la gue­rra, el fas­cis­mo, el autoritarismo‑, movi­li­zan­do redes, afec­tos, per­so­nas, sabe­res, recur­sos, infor­ma­ción y dis­cur­sos eman­ci­pa­to­rios. Situadas en ambos pla­nos, las mili­tan­tes del MEMCh fue­ron res­pon­sa­bles de sos­te­ner, median­te sus prác­ti­cas y dis­cur­sos, la idea de que la eman­ci­pa­ción de las muje­res sólo sería posi­ble median­te el ejer­ci­cio pro­ta­gó­ni­co de su capa­ci­dad trans­for­ma­do­ra, afir­man­do con ello, la inago­ta­ble plas­ti­ci­dad del hori­zon­te social. 

Referencias

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