
Bienal de São Paulo
Jorge Manzi Doctor en Teoría Literaria y Literatura Comparada por la Universidad de São Paulo. Profesor de la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile.
Se realizaron congresos por todas partes, se crearon bienales –desde la primera que fue la de Venecia–, se crearon museos de arte moderno y nosotros participamos de este movimiento en ascenso con mucho vigor, mucho entusiasmo, considerando que aquello era un arte que iba a tener una finalidad histórica, un gran arte que era un estándar para todo el mundo, y eso estaba implícito en el movimiento. La idea de que marchábamos hacia una civilización mundial, hacia una civilización floreciente, que podía establecerse en todos los países, incluso en los países miserables de África, en los países miserables de América Latina, etc. Pero la ilusión no duró. No obstante, duró lo suficiente para permitir que artistas, críticos, hombres como nosotros, en ese afán, envejeciesen
(Mário Pedrosa, 1970)
La Bienal de São Paulo, fundada en 1951 por el empresario Francisco “Ciccillo” Matarazzo Sobrinho, se convirtió rápidamente en uno de los principales espacios de exhibición de arte moderno a nivel mundial a partir de las primeras décadas de la posguerra. Se ha celebrado cada dos años desde 1951, alcanzando hasta la fecha 35 ediciones. Inspirada en la Bienal de Venecia, fue una apuesta audaz y exitosa que vino a consolidar en Brasil una nueva red de instituciones dedicadas al arte moderno, entre las que destaca el Museo de Arte de São Paulo (MASP), fundado en 1947, el Museo de Arte Moderno de São Paulo (MAM-SP) y el Museo de Arte de Rio de Janeiro (MAM-RIO), ambos creados en 1948. Tal red estuvo vinculada asimismo al renovado impulso internacional que tuvo la difusión del arte moderno durante la posguerra, en donde cierta versión del modernismo, cuyo emblema principal era el expresionismo abstracto de Nueva York, fue promovida por Estados Unidos como parte de su política cultural durante la Guerra Fría. Los vínculos que tuvo la Bienal con agentes de esta política cultural, como Nelson Rockefeller, eran conocidos. Y no demoraron en aparecer detractores que no veían en ella más que un “esfuerzo de colonización ideológica en medio de la Guerra Fría” (Alambert & Canhete, 2004). No obstante, como argumentan Alambert & Canhete, la Bienal fue con frecuencia un espacio en donde tal política fue tensionada y criticada. Al respecto, es importante considerar que, entre los organizadores de las primeras ediciones, no sólo actuaron figuras de orientación liberal como “Ciccillo” Matarazzo y su esposa Yolanda Penteado, sino también figuras de orientación muy diversa, como el crítico Mário Pedrosa, vinculado al trotskismo.
Las primeras ediciones de la Bienal fueron un éxito rotundo, en especial la II Bienal (1953), dirigida por Sergio Milliet, que trajo por primera vez a América Latina el Guernica de Picasso. Con una muestra de más de 3000 obras de 32 países, y con cerca de 200.000 visitantes, se convirtió, según Pedrosa, en “la mayor exposición de arte moderno que se realizó en el mundo durante la década”. Fue también a partir de la II Bienal que la exposición se trasladó al Parque Ibirapuera, en donde se construía un enorme pabellón modernista diseñado por Oscar Niemeyer, que se convertiría en su sede oficial desde 1957 hasta la actualidad. Así, desde sus primeras versiones, la gran escala y la masividad han sido rasgos centrales de la exhibición. Para la artista María Bonomi, que fue testigo de su consolidación, la Bienal fue pensada especialmente para quienes “no viajaban” y no podían visitar los grandes museos de Europa o Estados Unidos. En este sentido, fue un hito mayor en la democratización del acceso al arte moderno en Brasil, logrando convocar a un público masivo, cuya amplitud y heterogeneidad se evidencia en los registros fotográficos de las primeras ediciones documentadas en el archivo de la Fundación Bienal.
En lo que refiere a artistas y críticos/as locales, durante los años cincuenta la Bienal se consolidó como la principal instancia de “actualización” respecto a los movimientos decisivos del modernismo y de la vanguardia europea y norteamericana, con exposiciones de artistas como Picasso, Mondrian, Paul Klee, Léger, Braque, Duchamp, Brancusi, Calder, Pollock, Kandinski, Schwitters, entre muchos otros. A la vez, permitió familiarizarse con lo que estaban haciendo sus pares latinoamericanos, descubriendo importantes afinidades. Además de la “actualización” internacional, la Bienal fue una instancia fundamental para dar a conocer una producción local que buscaba tener un sello propio al interior del lenguaje común del arte moderno, en tiempos dominados por la abstracción. Si bien en las primeras Bienales fueron notorias las marcas de la influencia internacional, también comenzaban a cristalizarse importantes resistencias e inflexiones locales respecto a tales influencias. En las primeras ediciones, fue especialmente notoria y polémica la resistencia a la orientación “informalista” de Nueva York y París, liderada por el expresionismo abstracto de Pollock y compañía. Frustrando las expectativas de la crítica internacional, los principales artistas brasileños (y muchos argentinos, uruguayos y venezolanos) exhibieron un estilo opuesto, rigurosamente geométrico-constructivo, que dejaría una huella profunda tanto en el concretismo plástico y poético de São Paulo –en el que destacaron los hermanos Augusto y Haroldo de Campos– como en el neoconcretismo de artistas como Hélio Oiticica y Lygia Clark, quienes alcanzarían renombre internacional en las décadas siguientes. No obstante, en las primeras Bienales, fue frecuente que críticos metropolitanos influyentes, como Alfred Barr Jr. (ex director del MoMA), despreciaran la producción geométrica latinoamericana equiparándola a un mero “bauhausexercise” (Pedrosa, 2004). Esto irritó particularmente a Mário Pedrosa (1995a), para quien, lejos de ser una simple copia, este estilo colectivo obedecía a una arraigada “dialéctica cultural del país”, lo que permitiría explicar la obstinada resistencia a la “ofensiva tachista-informalista” que dominaba en los centros mundiales del arte moderno, y que dejó su impronta en las Bienales IV (1957) y V (1959). La crítica posterior ha corroborado la postura de Pedrosa, argumentando que la tendencia geométrica-constructiva de los cincuenta, lejos de ser una mera copia de modelos caducos del arte europeo, permitió expresar un deseo regional de autonomía cultural, técnica y política en el marco del desarrollismo industrializador que definió el horizonte histórico latinoamericano durante la posguerra. De modo que la Bienal permitió, dentro del lenguaje común del arte moderno, ensayar, exhibir e interpretar inflexiones locales que revelaban experiencias desiguales de la modernidad.
En esta línea, podría argumentarse que uno de los aportes más significativos de la Bienal fue instaurar un espacio para disputar, desde la periferia, lo que el concepto de “arte moderno” podía significar en una modernidad global marcada por la heterogeneidad y la asimetría. Un ejemplo notable de esto fue la VI Bienal (1961) a cargo de Mário Pedrosa, que marcó la primera década de funcionamiento de la institución. La muestra albergó 5000 obras de 53 países diferentes, entre los cuales se incluyeron varios integrantes del bloque soviético, lo que causó las primeras incomodidades. Pero la mayor polémica surgió a partir de la propia curatoría de Pedrosa, que daba protagonismo a una serie de obras que no calzaban con lo que la crítica y el público esperaban del arte “moderno”. Esculturas barrocas de Paraguay hechas entre 1610 y 1667 en el contexto de las misiones jesuitas. De Yugoslavia, veinte frescos medievales de estilo bizantino, del siglo XII al XV. De Australia, una exposición del arte de sus pueblos originarios. De Japón, una gran exhibición de escritura caligráfica que abarcaba varios siglos. De la India, reproducciones de frescos del santuario de Ajanta. Y, junto a estas muestras, una gran sala dedicada a los collages del dadaísta alemán Kurt Schwitters. Esta curatoría fue criticada por su carácter “museológico” y pasadista. Pero el objetivo de Pedrosa era muy diferente, buscando reconceptualizar la propia noción de arte moderno. Conocedor del vínculo esencial entre vanguardia y objetos culturales de zonas periféricas asociadas al “otro” de la modernidad, Pedrosa concebía el arte moderno como una práctica esencialmente vinculada al imperialismo occidental, en la medida en que este forzó el “contacto simultáneo de tantas culturas diferentes, tanto en el tiempo como en el espacio, súbitamente contemporaneizadas” (Pedrosa, 2000). De modo que, en su sentido más radical, el arte moderno no debía ser entendido como “un producto puramente europeo” sino mundial, implicando con ello una compleja y heterogénea red de culturas, tiempos y espacios. Con esta curatoría de 1961, que inauguraba una década marcada por rebeliones y revoluciones en el “Tercer Mundo”, Pedrosa ensayaba una versión no lineal y radicalmente heterogénea del arte moderno, incompatible con las narrativas progresivas del arte moderno que dominaron durante la posguerra. Al disputar de este modo el propio concepto de arte moderno, espacios como la Bienal permitieron exponer y reflexionar sobre las heterogeneidades y asimetrías estructurales de una modernidad global. Aunque sería equívoco sugerir que esta fue la línea editorial principal de la Bienal de São Paulo, que muchas veces optó por mantenerse alineada con las directrices de Nueva York y París, es importante enfatizar que, gracias a la impronta de críticos como Pedrosa, la primera década de esta institución contribuyó a abrir el concepto y la práctica del arte moderno a inflexiones radicales, de alcance mundial, cuyas posibilidades seguirán siendo ensayadas tanto en ediciones posteriores de la Bienal como en otros proyectos del modernismo latinoamericano, entre los que podemos destacar el Museo de la Solidaridad en Chile, que Salvador Allende le encomendó al propio Mário Pedrosa a inicios de 1970.
Referencias
Alambert, F., & Canhête, P. (2004). Bienais de São Paulo: Da era do Museu à era dos curadores. São Paulo: Boitempo Editorial.
Brito, R. (2002). Neoconcretismo: Vértice e ruptura do projeto construtivo brasileiro. São Paulo, Brasil: Cosac & Naify.
Guilbaut, S. (1983). How New York stole the idea of modern art: Abstract expressionism, freedom, and the Cold War. Chicago: The University of Chicago Press.
Jameson, F. (2012). A singular modernity. Londres: Verso.
Manzi, J. (2022). Abstração e informalismo depois de 1945: De Pedrosa e Greenberg até a Nova Prosa de Haroldo de Campos. Porto Alegre: Bestiário.
Pedrosa, M. (1995a). A Bienal de Cá para Lá. En O. Arantes (Org.), Políticas das artes: Textos escolhidos I (pp. 217–284). São Paulo: Edusp.
Pedrosa, M. (1995b). Variações sem tema ou a arte de retaguarda. En O. Arantes (Org.), Políticas das artes: Textos escolhidos I (pp. 341–347). São Paulo: Edusp.
Pedrosa, M. (2000). Panorama da pintura moderna. En O. Arantes (Org.), Modernidade cá e lá: Textos escolhidos IV (pp. 135–175). São Paulo: Edusp.
Otros enlaces:
Archivo Histórico Wanda Svevo de la Fundación Bienal: http://arquivo.bienal.org.br/pawtucket/
La Fundación Bienal, a cargo de la organización de las Bienales, tiene también un importante archivo de documentación sobre las diferentes ediciones del evento. Este archivo fue fundado tempranamente, en 1953, por Wanda Svevo. La sede del archivo está en el Pabellón Ciccillo Matarazzo en el Parque Ibirapuera de São Paulo. Algunos de sus documentos están disponibles en el link indicado.
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